Siento en mi corazón que todo esto, todo lo que he vivido hasta este punto, es una gran lección sobre cómo vivir mejor.
Siempre he pensado que para poder vivir bien lo importante era no cometer errores, pero perseguir este camino de la búsqueda de las decisiones correctas solo me pone en contra de mí mismo, al utilizar mi imaginación constantemente para destruir mis aspiraciones y sueños, en vez de abrazarlos, comprometerme, vivirlos y aprender de las experiencias que adquiera.
Pero al contrario, me he puesto en un agujero.
Este agujero, de mi propia creación, solo corresponde a mi compulsivo deseo de tener certezas, de no sentir inseguridad, de tener confianza plena de que no cometeré un error porque, por algún motivo, cometer un error me parece una situación terrible en la que encontrarme.
Pero, ¿a qué se debe esta desconfianza?
¿Será siquiera esta la pregunta correcta?
No, más bien: ¿Qué hombre suelo ser cuando me enfrento a un error, a un fracaso?
Pues, tiendo a la serenidad, a la objetividad suficiente para poder tomar la mejor siguiente decisión para poder ayudarme a salir del error que cometí.
Ponerme bajo presión constante de no cometer errores es una angustiante forma de vivir: ¿Qué vida se vive en realidad cuando se vive constantemente con miedo a lo que podría salir mal?
Este mal hábito que construí, hoy muere.
Hoy muere con mi voluntad, por mi decisión, con confianza sobre todas las cosas de que haré las cosas bien.
Lo que no quiere decir que las haré libre de errores, no, los errores son en realidad parte del proceso.
Lo importante aquí es cómo tomo mis decisiones, y sobre todo incluso, cómo lidio con las consecuencias.
¿Qué mejor momento para poder probar lo fuerte que somos que cuando toca hacernos cargo de las consecuencias de nuestros actos?
¿Qué clase de hombre puede salir de la creación de una voluntad sabia de aceptar nuestros errores, aprender de ellos y continuar viviendo nuestras vidas?
El regalo solo puede ser uno para aquel: La vida misma.
